13 de marzo de 2019
No es depresión, es tristeza.

La tristeza es una emoción inherente a los seres humanos, pero vivimos en una época donde se suelen patologizar las emociones, y mucha gente la confunde con depresión.
En nuestra sociedad, la tristeza es una de las emociones más rechazadas y estigmatizadas.
Vivimos encorsetados en la tiranía de la felicidad, que nos obliga a intentar bloquearla y no nos permite salir de la positividad, así que intentamos ocultar o reprimir un sentimiento que es natural, instintivo y necesario.
Se cree que, si estamos tristes, tenemos depresión.
Y cuando la tristeza aparece en nuestras vidas, ese tabú nos hace sentir vulnerables, y en vez de manejarla como un sentimiento finito, nos sentimos enfermos.
Pensamos que nos encontramos sumidos en un estado profundo del que no saldremos y lo asociamos a un trastorno que debe ser medicado.
Depresión y tristeza son dos conceptos con muchas cosas en común, pero existen muchas diferencias entre ellos:
La tristeza es una reacción psicológica ante una situación que nos ha producido un impacto negativo.
Es un sentimiento legítimo que deviene a un hecho (duelo, pérdida, dolor emocional, fracaso, separación, frustración de expectativas, cambios…) y que tiene una duración determinada (finita).
Se trata de un mecanismo de la psique que nos permite adaptarnos a la nueva situación y reaccionar frente al hecho que la ha producido.
Por esto es tan importante darnos permiso para sentir y padecer ese decaimiento anímico temporal, llorar y expresar la tristeza.
La depresión, por el contrario, no tiene un plazo de tiempo definido, puede durar meses o años, y es un trastorno anímico donde los sentimientos de tristeza, malestar, desmotivación e infelicidad provoca una incapacidad para disfrutar de la vida cotidiana.
Es decir, que la tristeza es solo un estado puntual que puede formar parte de la depresión.
Existe también otra gran diferencia entre depresión y tristeza, cuando estamos tristes sabemos por qué lo estamos, tenemos un recuerdo o conocimiento del hecho que nos ha producido ese sentimiento, pero en la depresión no es fácil identificar el origen del malestar.
La calidad de vida de una persona con depresión se ve mermada por su trastorno, pero una persona triste es capaz de ejecutar su día a día, a pesar de estar “de bajón”.
La depresión es una situación crónica que afecta al cuerpo y a la mente, cambia la forma en que comemos, dormimos y nos relacionamos con los demás.
Las personas con depresión sienten una apatía profunda, se vuelven incapaces de hacer sus tareas u obligaciones cotidianas, piensan que no hay nada por lo que merezca la pena ponerse en marcha, suelen presentar baja autoestima, y pierden el interés por todo o casi todo.
Les invade la desesperanza, los sentimientos de culpa, melancolía y/o angustia. Sienten que están perdidos, bloqueados o congelados.
La tristeza se supera en un lapso corto con apoyo del entorno social (amigos y familiares) y la vuelta a la rutina, pero la depresión necesita atención profesional, ya que las personas que la padecen no pueden salir arbitrariamente de este estado, no pueden forzarse ni ser forzadas a “sentirse mejor”.
Es importante señalar que en ninguno de los dos casos existe una solución farmacológica inmediata.
Llamar depresión a la tristeza provoca que restemos importancia a una enfermedad que afecta a muchas personas de manera sigilosa y que produce graves consecuencias, a veces, nefastas.