22 de abril de 2020

El trastorno alimentario en tiempos de confinamiento

A la complejidad del trastorno alimentario se le suma en estos días la extraordinaria situación de  del confinamiento en casa. Hace semanas que empezó la cuarentena y no hace falta contar con un diagnóstico para saber que la mayoría de nosotros se siente psicológicamente afectada, pero un padecimiento previo – como la Anorexia y la Bulimia – hace más intrincada esta realidad de por sí ya difícil.

Ante todo, es importante recordar que la Anorexia y la Bulimia son diagnósticos que describen el comportamiento de quien lo padece, pero no explican de qué sufre la persona diagnosticada. Por lo tanto, no podemos generalizar a la hora de explicar cómo se sienten estas personas ni lo que está suponiendo para ellas la situación de confinamiento.

El Estado de Alarma nos prohíbe visitar a nuestros seres queridos y solo nos permite salir a la calle si es para comprar productos de primera necesidad. Pasamos muchas horas sin saber qué hacer, algunos solos y muchos aburridos. Es tiempo para comprar comida, para la soledad y para el aburrimiento. ¿Qué supone para una persona con problemas alimentarios el confinamiento en el que nos encontramos?

El trastorno alimentario en tiempos de confinamiento

Tiempo para la comida

Para la mayoría, salir a la compra es en estos momentos el plan de la semana: una tarea que nos ofrece entrar en contacto con alguien más, motivos para arreglarnos, ponernos zapatos, que nos dé el aire. Y no solo compramos comida, en estos tiempos en las redes sociales llueven recetas con las que disfrutar preparando y saboreando manjares.

La relación compleja con la comida describe los trastornos del comportamiento alimentario y diferencia unos subtipos de otros. Hay quienes detestan la comida, quienes la evitan por lo mucho que la desean, y quienes se abandonan al impulso de atracarse con ella. Si en una rutina pre-confinamiento había quienes rehuían el contacto con ella, podemos imaginarnos lo paradójico que resultará dedicar su tiempo fuera de casa a comprar alimentos. Es posible que lo que antes era temido y esquivado por las personas con desórdenes alimentarios, ahora cuanto menos suponga un contrasentido, se haya convertido en parte en algo esperado y añorado.

Tiempo para aburrirse

Lo que la sintomatología de un trastorno alimentario no nos cuenta es lo que hay detrás de ella, cómo se siente la persona, cómo se piensa, por qué no se encuentra bien. Muchas veces los síntomas hacen las veces de un lenguaje particular para expresar lo que no se consigue poner en palabras. No lograr simbolizar en palabras tiene que ver con no querer —o no poder—  pararse a pensar en lo que a uno le ocurre. Pensar, escucharse, conectar con la angustia es a veces equivalente a enfrentarse a un vacío, al hueco que dejan las preguntas sobre uno mismo que no tienen respuesta.

Una manera de esquivar el dolor que produce el silencio del vacío existencial es llenar la mente de ruido: hacer muchas cosas, no parar, saturar el tiempo con cualquier cosa con tal de evitar el aburrimiento. Pero en época de cuarentena a veces no hay más remedio que aburrirse y el tiempo libre empuja a quienes lo evitan al desafío de escuchar su vacío.

El trastorno alimentario en tiempos de confinamiento

Tiempo para no ser mirada

Otra característica de nuestra cuarentena es que tenemos prohibido el contacto con otras personas, más allá de aquellas con las que convivimos. Llevamos varias semanas sin poder reunirnos, trabajar en equipo, salir de fiesta. Esto tiene su lado negativo y es que echamos en falta sentir los afectos con los otros. Sin embargo algunas personas pueden estar viviendo con cierto alivio tener vedado el encuentro social porque mostrarse al otro supone una coyuntura tremendamente angustiante para ellas.

En lo que al encuentro entre personas se refiere, el Estado de Alarma ofrece un refugio para quienes sufren dificultades a la hora de relacionarse cara a cara. Éstas se siguen relacionando pero de forma virtual, hablan con la gente pero a través de pantallas —a veces sin la cámara— , y no se enfrentan a los inconvenientes del directo, de la realidad. El confinamiento suaviza la mirada de los otros, ya no es tan penetrante, tan directa, pudiendo relajar la preocupación de dar esa imagen idealizada, tan cercana a la perfección como imposible de lograr, que muchas personas anhelan siempre.

Artículo escrito por Carmen G. Rosado, psicóloga.