8 de septiembre de 2015
¿Por qué quiero cambiar en Otoño?

Hay épocas del año en las que es común que ciertos pensamientos y dudas nos pongan la cabeza patas arriba. Nos miramos al espejo. Queremos cambiar pero no sabemos por donde empezar.
La vuelta de las vacaciones de verano es uno de esos momentos.
¿Por qué quiero cambiar en otoño?
“Las vacaciones consisten en no tener nada que hacer y disponer de todo el día para hacerlo”.
Robert Orben
En general, las vacaciones recrean un espacio de libertad, disfrute y desconexión, exento de obligaciones, que nos proporciona descanso físico o mental.
El estilo de vacaciones depende de gustos: ocioso, activo, cultural, deportivo, viajero, relajante, exótico… Pero todos tienen un componente hedonista donde dejamos fluir los deseos con más facilidad. Desconectamos de lo habitual, y el cambio de escenario nos permite revisar nuestro cotidiano desde otra perspectiva más fresca.
La vuelta a mi día a día
“Querer quedarse queriendo irse”.
Alejandra Pizarnik
¿Qué nos solemos replantear al volver de vacaciones? ¡de todo!
El trabajo, mis hábitos, el lugar donde vivo, mi casa o incluso la ciudad, el país, mi relación de pareja, mis proyectos, mis hobbies, mi tiempo, mi economía, mi salud… y un largo etcétera.
Nos rondan frases tales como: “Estoy harto”, “necesito un cambio”, “me encantaría tener otro estilo de vida”,” a ver si me pongo las pilas con esto”,”ya estoy con lo de siempre”,”¡qué hago yo aquí!”…
La mal llamada Depresión Postvacacional es un cajón de sastre donde se arrojan todas estas cuestiones sin respuesta que vamos acumulando.
¿Que ocurre en realidad?
A menudo funcionamos de forma automática, y ni siquiera nos damos cuenta de ello.
Nuestra rutina se convierte en algo que hacemos sin pensar.
Tomamos decisiones importantes en determinados momentos (profesión, pareja, hipoteca, etc), y una vez tomadas nos acomodamos y dejamos llevar, como si nunca hubiera que revisarlas de nuevo.
Parecieran decisiones lapidarias, que una vez tomadas hay que llevarlas a cabo hasta el final.
Cambiar de opinión o de rumbo lo consideramos un fracaso.
Por tanto evitamos enfrentar batallas internas que acumulamos poco a poco. Esto nos genera una sensación de vacío, de ahogo, de lastre o de aburrimiento.
El estrés es un mecanismo que nos impide pensar y tomar conciencia de la vida que llevamos.
Actuamos rápidamente, obedecemos los “tengo que”, nos encorsetamos en horarios, recados, listas y pendientes. Encajamos una tarea tras otra que apenas nos deja tiempo para preguntarnos: ¿Cómo estoy? ¿Cómo me encuentro? ¿Esto me sienta bien? ¿Me aporta?
Las vacaciones nos obligan a detenernos, y, suele ocurrir que, (si no lo hemos hecho antes), tomamos conciencia de en que punto nos encontramos.
Al volver a la rutina nos replanteamos todo lo acumulado, ¡a veces es una bola demasiado grande para abordarla de golpe!
Por supuesto, esto no sólo ocurre al volver de veraneo, pero es un momento donde especialmente necesitamos revisar, ordenar y comenzar un cuaderno en blanco.
Entonces…
Los replanteamientos cada cierto tiempo son NECESARIOS.
Tomar conciencia de donde estamos, lo que hacemos y cómo lo hacemos.
Esta es una costumbre que esta sociedad no nos ha enseñado.
Desde niños hemos aprendido a cumplir y obedecer, pero no a escucharnos atentamente.
Cuando llevamos demasiado tiempo funcionando sin replantearlos las cosas, terminan estallando, formándose síntomas y acabando en callejones sin salida.
Muchas veces se acude al psicólogo cuando se llega a un malestar crónico, pero también es frecuente realizar un trabajo personal en cualquier momento de la vida, el beneficio de la terapia supone un espacio donde pensar, escucharse y aprender a tomar conciencia de uno mismo.