4 de septiembre de 2020
Qué es la resiliencia y cómo usarla para afrontar la adversidad
¿Qué es la “resiliencia” y de qué modo ser resiliente puede ayudarte a vivir mejor?
¿Qué se esconde detrás de esta palabra de moda con la que tantos, y tan frecuentemente estos días, explican cómo ser más felices?
Ciertamente, aunque el término existe desde siempre, en los últimos tiempos está viviendo una auténtica edad de oro, y se ha convertido en uno de los objetivos más compartidos por las personas de nuestro tiempo. No es una casualidad, como veremos, pero empecemos por leer la definición que nos propone la RAE de este término:
Resiliencia: “Capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos”.
En esta definición, aparecen dos ideas muy importantes
- En primer lugar, la resiliencia tiene que ver con una capacidad, una potencia propia de los seres vivos, que a menudo creen no tenerla.Supone la habilidad para adaptarse a una situación cuando esta se vuelve negativa, incómoda o desfavorecedora.
Por tanto, no es una característica cerrada que esté presente en unas personas pero no en otras, sino que tiene que ver con un proceso que podemos llevar a cabo para ser resilientes, para poder resistir mejor frente las cosas inesperadas de la vida, haciendo por adaptarnos a las situaciones que estas inauguran. - Por otra parte, quizás la más importante de todas, aunque no lo parezca, sea que la resiliencia supone, de partida, la aceptación de que las situaciones podrán tornarse adversas, y que además podrán hacerlo de forma inesperada.
La idea resulta muy innovadora pues nos evita caer en el incansable optimismo contemporáneo, uno que la realidad tiende a desmentir a lo largo de nuestra vida, y nos prepara mejor para poder sobrellevar lo que esté por venir.En lugar de instalarnos en la ilusión de que nada tiene por qué amargarnos la fiesta, la resiliencia nos dispone a aceptar que puede suceder, pero que seremos capaces de sobreponernos, de resistir, e incluso, sacar algún partido inesperado de aquello con lo que no contábamos, aunque solo sea el aprendizaje que acompaña siempre a quienes mantienen la calma y atraviesan la tormenta.
¿Verdad que suena más realista?
El aprendizaje de la resiliencia
Sin duda, existen personas cuya actitud natural frente a la vida ya es, de por sí, resiliente. Se trata de personas con tendencia a aceptar con más facilidad los cambios que se van produciendo en sus vidas. Cambios en sus trabajos, en sus relaciones personales, en sus relaciones de pareja, o incluso en el ecosistema de las tecnologías que tan necesarias se han hecho en nuestras vidas y en nuestros trabajos.
Otras, por el contrario, tienden a pensar que no son capaces de desarrollar actitudes resilientes. Sin embargo, lo cierto es que se puede propiciar un carácter resiliente, se puede incentivar esa capacidad para adaptarnos a nuevos contextos.
Y más aún si se aprende de la mano de una terapeuta profesional con quien el camino se haga un poco más sencillo; hasta que uno deje de temer la adversidad, para poder llegar a disfrutar lo que de bueno tienen los cambios, por más que, a veces, no lo parezca.
¿Pero cómo ser resiliente? ¿Cuáles son las claves de la resiliencia?
Vamos a contarte algunas de sus ideas de partida:
- Señalar que para ser capaces de adaptarnos a las nuevas situaciones problemáticas, primero debemos aceptar que estas no son del todo evitables, es decir, que nuestro camino irá topando, en mayor o menor medida, con dificultades, aprietos y apuros que pondrán a prueba nuestra forma de reaccionar.
Cuanto más volquemos nuestro esfuerzo en la evitación máxima de toda fatalidad, más vulnerables nos sentiremos cuando el infortunio haga su acto de presencia, cosa que… de alguna forma, acompaña nuestra vida. - Además, la resiliencia tiene que ver con ser capaces de gestionar nuestras emociones y nuestros sentimientos cuando se produzcan esos apuros del camino. El aprendizaje de la resiliencia tiene que ver con el autoconocimiento de nuestras emociones, de nuestras reacciones, de tal forma que, allí donde se produzcan, queden amortizadas desde el principio, y no se incorporen al problema que se ha presentado haciéndolo aún más grande.
La resiliencia no tiene que ver con el aminoramiento de las adversidades,
sino con la mejora del proceso por el cual interiorizamos la nueva situación y optimizamos nuestra respuesta.
- No negar el dolor, por tanto. Cuanto más firme es un material, más probable es que termine rompiéndose, quebrándose, en presencia del viento y las inclemencias de la intemperie.
Las personas no podemos dejar de ser personas, y vivimos la adversidad acompañada de sentimientos negativos como la frustración, el dolor, la decepción…
Una persona resiliente puede mirar aquello que le produce dolor, como una mala noticia, o una pérdida irreparable, y hará su travesía emocional, haciéndose cargo de todo lo que implica la nueva situación, pero manteniendo la potencia para poder responder a las circunstancias de la mejor manera posible.
Negar que las noticias, en ocasiones, nos pueden herir, no nos proporciona el mejor contexto para hacerlas frente. La clave de una persona resiliente es que sabrá evolucionar para encontrar la forma más idónea cómo adaptarse. Implica la aceptación de una pérdida, pero también la posibilidad de sostenernos. - Por último, la resiliencia es más sencilla para aquellas personas que cuentan con buenas y sanas relaciones con otras personas. Es más difícil para aquellas que se encuentran en situación de soledad. No es solo que todas las cosas de la vida sean un poco más llevaderas cuando se cuenta con el apoyo de otros, entre los que puede contarse la figura de un terapeuta, sino que además, los demás nos proporcionan la ocasión de hablar de lo que nos sucede, compartirlo, “domesticar” el infortunio a través de nuestras palabras, e incluso ensayar, en compañía de los demás, formas nuevas con las que afrontar lo imprevisto.
¿Por qué pensar que la resiliencia es únicamente una cualidad aislada de uno mismo, cuando podemos pensarla como una capacidad que se crece en compañía de otros? ¿Y no podemos nosotros jugar nuestra parte en la resiliencia de los demás para hacerles más resistentes?
Es una idea bonita, ¿no es cierto?
El bucle del autoconocimiento
No se habla de él a menudo, pero lo cierto es que este bucle que acompaña a quienes se lanzan a ser personas resilientes, se lo pone cada vez más sencillo.
Y es que, por un lado, la mejor manera de empezar a desarrollar nuestra resiliencia es empezar conociendo mejor nuestras reacciones, nuestros miedos, nuestras inseguridades, etc., de tal modo que los sentimientos que acompañan la presencia de esos cambios, o esas malas noticias, o esos “agentes perturbadores” de los que habla la RAE, lejos de ser olas que nos invaden y nos impiden responder, sean sentimientos conocidos, entendidos de antemano, reconocidos como parte constitutiva de nosotros mismos.
Una vez reconozcamos nuestras formas de sentir, podremos emprender una respuesta de adaptación a eso que ha surgido. El otro lado del bucle es que, en el ejercicio de enfrentarnos a la adversidad, de responder, se construye otra forma más de conocimiento que incorporamos a nuestro ser.
Aprendemos mejor sobre esa adversidad, sobre su potencia, sus puntos débiles, su vulnerabilidad, lo cual nos ayuda a adaptarnos a ella. Conocernos mejor nos permite adaptarnos mejor, y en el acto de adaptarnos, nos conocemos mejor. Un estimulante bucle que resarce a quienes aceptan la necesidad de cambiar algo de nosotros mismos, para poder seguir en el camino de nuestro día a día.
Hasta aquí… la teoría, ¿qué tal pasar a la práctica? Cada persona desarrolla su propia resiliencia, conforme a su identidad, sus forma de sentir, sus forma de comunicarse, etc.
Puedes consultar con nuestras terapeutas especializadas sobre el modo cómo mejorar esta capacidad de forma que puedas enfrentar mejor… lo que esté por pasar. Y así, de paso, nos dará un poquito menos de miedo.