Duelo y pérdidas

Pérdidas

Todas las personas tenemos que afrontar pérdidas a lo largo de nuestra vida. Cada una de las pérdidas va acompañada de su propio dolor y cada persona vive ese dolor de una manera particular. Por tanto, no todas las personas reaccionan igual ante una pérdida. Las pérdidas son inevitables.

Existen muchos tipos de pérdidas presentes en nuestras vidas: la muerte de un ser querido, la enfermedad, la discapacidad, las que provocan la pérdida del hogar, de un trabajo, las generadas por los divorcios o separaciones de parejas, pero también de amistades, cambios de etapas, de lugares… etc.

Duelo

El duelo es el proceso de adaptación emocional que sigue a cualquier pérdida. Es un proceso normal, no se trata de un trastorno o una patología que deba evitarse,  vivir el duelo es sano, porque permite digerir lo que ha pasado para poder continuar en la vida.

El dolor que provoca cualquier pérdida puede verse intensificado por la incomprensión, el sentimiento de culpa o la falta de atención del entorno social de la persona que sufre el duelo: la familia, el puesto de trabajo, amigos, la comunidad.

Esto puede hacer aún mayor la carga de angustia, secretismo o culpabilidad de aquellos cuyo dolor no se permite, se trivializa o no se reconoce.

Todo cambio implica una pérdida

Muchas veces en nuestra vida ocurren acontecimientos felices, por ejemplo, un nacimiento, casarse, ascenso laboral, pero es posible que de forma paralela estemos haciendo el duelo de la etapa anterior, y nos sentimos contentos por lo nuevo por venir mezclado con tristeza por la pérdida de una situación que añoramos.

Por eso a veces se tienen sensaciones agridulces ante un cambio vital. Es posible sentir alegría y tristeza a la vez.

¿Cuál es el ciclo del duelo?

Hablar de las fases del duelo puede conducir al error, ya que da a entender que todos los afectados deben seguir el mismo itinerario en su proceso de duelo. Por eso, aunque los afectados pueden tener procesos comunes, su intensidad y duración puede variar de una pérdida a otra y de un individuo a otro.

En general en los procesos de luto pasamos por:

  1. Evitación: dificulta la conciencia plena de una realidad demasiado dolorosa para asumirla.  Ejemplo: “esto no me ha pasado”, “no es posible”. Durante este lapso, es posible que aparezcan sentimientos de rabia.
  2. Asimilación: suele ir acompañada de sentimientos de tristeza, vacío, soledad y síntomas depresivos (alteraciones del sueño, el apetito, llanto impredecible, pérdida de motivación, incapacidad para concentrarse en el trabajo o disfrutar). También es frecuente la ansiedad y la sensación de irrealidad, entre otras.
  3. Acomodación: se produce la aceptación resignada de la realidad. La persona empieza a plantearse “¿qué va a ser de mi vida ahora?”. En esta fase no se avanza de manera regular, sino que más bien se dan dos pasos adelante y un paso atrás. Pueden aparecer sentimientos de tristeza y culpa.

¿Cómo puedo adaptarme a la pérdida?

No existe una fórmula mágica para superar una pérdida o afrontar un duelo y en muchas ocasiones se necesita ayuda profesional para hacerlo, pero podemos darte algunos consejos prácticos:

  • Permítete sentir, pensar y hablar sobre ello.
  • Intenta encontrar formas para canalizar: actividades, creatividad, deporte, aficiones.
  • Procura dar sentido a la pérdida: no hay que intentar no pensar sobre la pérdida, sino todo lo contrario, pensar sobre ella nos ayuda a elaborar una historia de nuestra experiencia con lo que podremos alcanzar una mayor perspectiva.
  • Confía en alguien y busca ayuda: familia, pareja, amigos, terapeutas pueden acompañarnos en este proceso.
  • No intentes controlar a los otros: cada uno tiene su manera de vivir la pérdida.
  • No te resistas al cambio.

¿Cómo es el duelo en niños? ¿Cómo podemos ayudarles?

  •  Ser completamente honestos con el niño: acompañar a un niño en duelo significa NO APARTARLE de la realidad que está viviendo con el pretexto de ahorrarle sufrimiento.
  • Aunque resulte doloroso y difícil hablar de la muerte con un niño es mejor hacerlo lo antes posible.
  • Explicar cómo ocurrió la muerte o la pérdida. Habrá que adaptar nuestro lenguaje a la edad del niño. Es mejor hacerlo con pocas palabras.
  • Si nos preguntan ¿por qué?, les podemos decir que nosotros también nos hacemos estas preguntas o que sencillamente no sabemos la respuesta.
  • Decirles con calma que no ha sido culpa suya.
  • Para los niños menores de cinco años, la muerte es algo provisional y reversible: será necesario explicarle una y otra vez lo ocurrido y lo que significa la muerte. Los niños de esta edad se toman todo al pie de la letra, por eso es mejor decir “se ha muerto” que “se ha ido”, “está en el cielo”, “lo hemos perdido” o “se ha quedado dormido para siempre”, estas frases pueden crear más confusión, miedo y ansiedad.
  • Permitir que participe en los ritos funerarios.
  • Animarlos a expresar lo que sienten.